miércoles, 1 de agosto de 2007

Eterna reflexión

Hay momentos y quiebres en nuestras vidas que desencadenan consecuencias inolvidables y a la vez, curiosamente flagelantes. Una visión se puede tornar oscura y a la vez, nuestra mirada sobre la vida se oscurece y perecen los optimismos y las esperanzas.
Las promesas más seguras desaparecen. Las promesas no garantizan nada. La eternidad puede presentársenos miles de veces, pero sólo existe una definitiva que creo que las almas nobles conocemos y es esa promesa que olvidamos, pero que aparece cada vez que otra se desvanece. Y es ni más ni menos que la muerte, esa que creímos tantas veces vencida, y que, sin embargo, se irgue frente a nosotros y nos muestra que existe y que aún sigue siendo la vencedora.
Y cuando uno despierta con la noticia de que la eternidad no existe, reflexiona. Y llora.
Porque no hay vestigios ni pistas que nos digan que es mejor la eternidad. ¿Cuál sería el sentido de la vida con un destino imperecedero? Vivir por vivir. Tratar de vivir todas las vidas. Tendríamos una paciencia vergonzante, no existiría la curiosidad, y lo más triste, es que, paradójicamente, seríamos felices.
Y esa es la felicidad del mediocre que vive ajeno a la muerte. Una felicidad nutrida de un vacío espiritual espantoso. Olvidando la muerte. Todo pasa, nada queda y aparentemente, existe una eternidad para probar. El tiempo no se pierde, porqué con eternidad no hay tiempo. Pero tengo una mala noticia, para quien esté en este momento a la defensiva: aún los mediocres van a morir. Y su muerte será vana. Y nada quedará de ellos más que una foto, a lo sumo.
Por eso el camino difícil tiene algunas ventajas metafísicas interesantes. Uno un poco más aterrado moralmente al fenómeno de la muerte no siente tener tiempo para detenerse, pero de igual modo reflexiona. Y por eso invierte sus días y sus minutos -escandalosamente perecederos- En pases y gambetas a la muerte. Pero no hay que ser mal perdedor: sabemos que la muerte va a ganar, pero eso no nos desanima. Entonces buscamos algo que haga, al menos, que su victoria no sea monumental. Y ahí, justo en ese momento, aparece el amor. Y nos damos cuenta que si algo merece que le dediquemos nuestro paso por el mundo es el amor. Y la vida no lo entenderá, probablemente los demás tampoco y aún, tal vez la persona que amamos no lo entenderá. Pero tendremos paz con nuestras almas.
Los mediocres pierden eso. Y lo pierden con cada mirada desperdiciada y con cada frase que no dicen. Por eso tienen su felicidad, ignorando la muerte. La base de la felicidad es la mentira.
La tristeza tiene esa dignidad que la felicidad no tiene. Porque la felicidad se da por momentos, y la tristeza, es eterna.


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