
Un pensamiento sensible…
La ilusión que no alcanza
Y se hace realidad.
Me entrego a los sentidos,
Que por única vez son fieles.
Ideal
Y sensible.
Existe un punto clave, creo yo, en la vida de una persona. Seguramente todo el siguiente texto sea algo subjetivo, marcado fuertemente por ser el momento que estoy viviendo precisamente ahora.
Creo yo que ese momento, es el de elegir, o empezar un estudio, una carrera.
El panorama presenta un par de posibilidades: Las organizaciones gubernamentales (y privadas) de promoción de estudios terciarios y/o universitarios (no estoy muy seguro de la diferencia) se encargan de ponernos al alcance el abanico de posibilidades facultativas a seguir.
He aquí una desición cumbre, esencial en la vida. De esta decisión dependen muchos de los años siguientes, que son extremadamente importantes, decisivos.
Y es aquí donde comienza mi disertación. La posibilidad número uno es la de optar por alguna de las carreras. Saliendo sin muchas esperanzas de un sistema educativo nefasto, se nos presentan diferentes rumbos para seguir, de entre los cuales, por algún tipo de obligación implícita, escogemos el que más se atiene a nuestros intereses. La aclaración entre comas presenta un aspecto importantísimo en esta monografía: la “obligación implícita”, y aquí entra al ruedo una palabra de mucho más peso, que más de uno se sobresaltará y se pondrá a la defensiva al leerla, y es “libertad”.
Como bien he leído por ahí: “Teniendo la posibilidad de elegir, todo lo que uno haga por costumbre, es síntoma de estupidez.”, totalmente de acuerdo, pero continuando con ese postulado, me atrevo a decir que al tomar una decisión en base a posibilidades impuestas, no estamos haciendo un uso correcto de nuestra libertad (cabe aclarar que yo no creo que la libertad real exista).
Bien, la posibilidad número dos es la que vendría yo a defender. Y es la de guiarse por
la llamada voz interior. Parafraseo a Herman Hesse:”no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí.”
En mi caso (y esto es apestosamente subjetivo) he encontrado mi lugar por el lado de las artes; nada de darme a elegir uno o dos, sólo un día escuchar a Freddie Mercury y sentir que quiero cantar. Eso sucede en todos nosotros, y atención a este detalle: no estoy tratando de decir que todos debemos ser artistas. Uno puede naturalmente darse cuenta de que ama la filosofía, la psicología o las matemáticas. Puede elegir seguir su carrera en base a ello, y será la mejor elección.
Los sabios griegos se sentaban a orillas del río y profetizaban sus sabidurías. Uno se acercaba a aprender lo que quería. Existiendo la libertad de aprender todos vamos a aprender algo.
Tenemos que evitar dejar que el sistema o lo que sea nos ponga los límites, nos lleve a donde quiere. Pensemos en eso, pensemos en qué es mejor para nosotros, recordemos que el cambio es individual, que la elección es personal, que seremos más felices haciendo lo que sentimos que lo que debemos hacer.
Ya demasiado con tener que trabajar (si o si) para llevar adelante el sistema, al menos estudiemos, capacitémonos en lo que deseamos realmente, en lo que nuestra sangre nos dicta.
Yo suelo soñar que cada uno tiene una razón de ser en la vida, y que no puede ser reemplazado en ella por nadie más.
Sí respondemos a eso de “elegir que carrera seguir sólo para ser alguien en la vida”, estaremos eligiendo de que forma queremos morir, y no de que forma queremos vivir.
Felicidades.
"yo quiero irme de Pisco, Pasará mucho tiempo hasta que esta ciudad vuelva a ser la misma"-Sabían cómo vivir con la naturaleza, y cómo entenderla. No trataron de ser sólo hombres y no animales. Cuando apareció, Darwin cometimos ese error. Lo recibimos con los brazos abiertos y también a Huxley y a Freud, deshaciéndonos en sonrisas. Después descubrimos que no era posible conciliar las teorías de Darwin con nuestras religiones, o por lo menos así pensamos. Fuimos unos estúpidos. Quisimos derribar a Darwin, Huxley y a Freud. pero eran inconmovibles. Y entonces, como unos idiotas, intentamos destruir la religión.
»Lo conseguimos bastante bien. Perdimos nuestra fe y empezamos a preguntarnos para qué vivíamos. Si el arte no era más que la derivación de un deseo frustrado, si la religión no era más que un engaño, ¿para qué la vida? La fe había explicado siempre todas las cosas. Luego todo se fue por el vertedero, junto con Freud y Darwin.
Fuimos y somos todavía un pueblo extraviado.
-¿Y estos marcianos encontraron el camino? -preguntó el capitán.
-Sí. En Marte aprendieron a combinar ciencia y religión para que funcionaran juntas, y se enriquecieran así mutuamente, sin contradecirse.
-Una solución ideal.
-Así es. Me gustaría mostrarle cómo lo hicieron. [...] Los marcianos descubrieron el secreto de la vida entre los animales. El animal no discute su vida, vive. No tiene otra razón de vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida. Observe la estatuaria; cómo los símbolos animales se repiten una y otra vez.
-Parece algo pagano.
-Al contrario, son símbolos divinos, símbolos de vida. También en Marte el hombre había llegado a ser demasiado humano, y no bastante animal. Los hombres de Marte comprendieron que si querían sobrevivir tenían que dejar de preguntarse de una vez por todas: «¿Para qué vivir?» La respuesta era la vida misma. La vida era la propagación de más vida, y vivir la mejor vida posible. Los marcianos comprendieron que se preguntaban «¿Para qué vivir?» en la culminación de algún período de guerra y desesperanza, cuando no había respuestas. Pero cuando la civilización se tranquiliza y calla, y la guerra termina, la pregunta se convierte en insensata de un modo nuevo. La vida es buena entonces, y las discusiones son inútiles.
-Me parece que los marcianos eran bastante ingenuos.
-Sólo cuando les convenía. Renunciaron a empeñarse en destruirlo todo, humillarlo todo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues en verdad la ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro. No permitieron que la ciencia aplastara la belleza. Se trata simplemente de una cuestión de grados. Un hombre de la Tierra piensa: «En ese cuadro no hay realmente color. Un físico puede probar que el color es sólo una forma de la materia, un reflejo de la luz, no la realidad misma». Un marciano, mucho más inteligente, diría: «Este cuadro es hermoso. Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. El tema y los colores vienen de la vida. Es una cosa buena».
Ray Bradbury, Crónicas marcianas, capítulo 7: “Aunque siga brillando la luna”, p. 103.
Extendió un ademán de alegría, satisfacción y profunda admiración al ver y sentir el calor de esa llama. Sintió que se completo el vacío interior que llevaba y que el camino definitivamente lo había llevado a buen puerto.
Se arrepintió de las veces en que había desagradecido sus posibilidades y rogó perdón a Dios por su pesimismo. Una suerte de felicidad completa recorrió sus venas y se aventuró a recorrer un mundo al que ya había vencido.
Se irguió feroz en las ruinas de aquel pobre espacio que ya no le pertenecía y la llama se acrecentó, doblegó su poder y venció todas las adversidades. Entonces supo que era su propio destino el que se le había presentado y ya no temió más a la muerte.
Se fortaleció.
Llamó a los ángeles del infierno tan sólo para ridiculizarlos ante su inmenso poder y quemarlos con su llama, aún más ardorosa que las llamas del foso. Pero también se cruzó con la mesura y la humildad; Supo demostrar que ese mundo cruel al que había pertenecido también había fallado.
Cada noche, miraba casi hipnotizado ese rostro y se dormía, iluminado por su propia luz, esperando despertar para seguir contemplándola; para seguir mirándola sin verla; para rezarle sin persignarse; para amarla sin cuerpo y verterse en ella una vez derretido por su calor.
Pero ¿qué pasa cuando lo invencible es derrotado?, ¿qué pasa cuando los sueños se hunden o una esperanza se frustra?
El calor del alma se enfría, pero no es el final porque aún queda lucha por combatir.
De esta tan inexplicable manera, casi dolorosa y plena de de sentimientos inesperados, los vientos comenzaron a soplar, las lluvias ahogaron los gritos desesperados, el calor inundó los cuerpos, las mentes se consumieron puras en un lago de temor. Y el ardor de las llagas se extendió a todo el cuerpo.
Sin mentir, sin negar su derrota, con la valentía de los guerreros del corazón y la altura de las más grandes altezas, la llama se extinguió sin despedirse.
Él entendió la derrota y agradeció a aquella llama todo lo que le enseñó. No intentó volver a prenderla, no pidió ayuda para resucitarla. Simplemente lloró con la fuerza del alma, con la dignidad de quien se arrepiente, con el peso de la indiferencia y la impotencia en sus hombros.
Y seguirá llorando por el resto de sus días, porque comprendió que lo único que podía hacer en este mundo que no le concedía revancha ante las derrotas era pelear contra las ausencias, enfrentarse a la muerte.
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